martes, 19 de octubre de 2010

La Nueva Historia

     La larga evolución de la Historiografía de la Historia no es más que una prueba y una justificación más de lo que hasta ahora ha sido la enseñanza de la Historia en las aulas, tanto de Primaria como de Secundaria, y en la Universidad. La idea radica en conseguir romper los frágiles moldes en que viene encerrada la Historia o, mejor dicho, su conocimiento. El currículum, su temporalización, el plan de estudios y la presión del departamento limita y mucho el intento de construir en los alumnos y alumnos un tipo de Historia diferente. Una nueva Historia en la que el modelo teórico que debe aprenderse de forma letal, por dogma de Fe, o de forma ortodoxa; pase a una forma de aprendizaje a través del aprendizaje. Un aprendizaje empírico y pragmático que, mediante el acierto algunas veces, y el error por otras; los alumnos y alumnos consigan conocer y entender, con la ayuda del profesor, la Historia.

      La Didáctica de la Historia no puede cerrarse a la actuación de los textos y el profesor como meros transmisores de conocimiento. Tampoco puede la Didáctica de la Historia ser un instrumento pedagógico exclusivamente, y desdeñar el conocimiento científico de la misma. Por ello, y lógicamente, la solución estriba en buscar un equilibrio, un punto medio en la balanza, que nos permita “usar la escuela como lugar de socialización"[1]

     Durante el siglo XIX, la enseñanza de la Historia en las aulas educativas en España, estuvo anclada en el concepto de resumen. Parecía que bastara con una síntesis que recogiera, con el menor número de páginas, el mayor grosor de tomos históricos. Esa fue la labor pedagógica de la época. Tratar de acoplar el conocimiento histórico a la pedagogía fue la acción que se llevó a cabo. Un caso extremo es el del Padre Isla, capaz de resumir en dos líneas, y además en verso, el final de la Protohistoria Ibérica:
 

                              “Libre España, feliz e independiente,                       se abrió al Cartaginés incautamente”

            El siglo XIX fue, para la Didáctica de la Historia, un modelo memorístico y absurdo de lo qué es la Historia o, mejor dicho, de cómo se enseña y aprende la Historia. Un modelo patriótico y nacionalista que enseñaba Historia de España cuando España no existía. Un modelo que no proponía dudas ni interpretaciones, pues la verdad histórica estaba revelada por los libros y profesores.

     La “función asignada a la Historia: primero con un sentido ejemplar, pero sobre todo con una función de memoria y guarda de la tradición, del pasado con una verdad única, de la formación de una nación a la que se pertenece por imperativo histórico, más que por adhesión a su proyecto de futuro.” Esta es, en mi opinión, la frase que mejor define el aprendizaje de la Historia hasta hace poco tiempo. Es ese proyecto de futuro, en mi opinión, el que debe conseguir el aprendizaje de la Historia. Es decir, debe verse la Historia como una ciencia abierta, en construcción, y que se forma de nuestra crítica y análisis. 

            ¿Y cómo se forma esa crítica? El alumno ha jugado un papel pasivo y autómata. Como ya he dicho, ha aceptado los hechos por dogma de Fe, sin cuestionarse nunca nada porque lo que dice el profesor y el libro es verdad. La idea está en la formulación de cuestiones y problemas. Considero que cuando ofrecemos un conocimiento, sea de la disciplina que sea, a los alumnos, éste viene ya tratado y analizado. Pero sí consiguiéramos formular las preguntas adecuadas, los problemas historiográficos, los alumnos entenderían la Historia de otra manera. No como una materia pesada y aburrida; sino como un taller en el cual puedan aprender a construir el aprendizaje.  Si el alumno se hace preguntas acerca de por qué los persas y los helenos luchaban entre sí, o por qué sabemos que existía el feudalismo;  los alumnos sabrán que es bonito investigar el pasado, y que éste no viene dado, sino que nace y se formula a través de nuestro estudio y trabajo. Cuando los alumnos y alumnos se consideren parte activa en el aula de Historia, será entonces cuando las formulaciones tradicionales de enseñar Historia caigan por su propio peso. En esencia, el aprendizaje de la Historia, sigue todavía siendo memorístico y, por tanto, efímero, destilado, y con pie y medio en la papelera de reciclaje.

     Crear un Gran Interrogante en el aula de Historia sirve para que en los alumnos nazca una duda, un problema. La Historia es investigación y construcción. Es renacimiento de algo que estaba perdido en el tiempo. La lectura de acontecimientos en un libro sólo puede servir para estudiar algo que ya ha sido escrito por otros. Pero si el alumno estudia la fuente directamente, el espacio se vuelve mucho más motivador, ameno y pedagógico. La formulación de preguntas crea más preguntas, y a su vez, más y más cuestiones. Unas cuestiones que proporcionan un pensamiento razonado y maduro, que es al fin y al cabo lo que perseguimos con nuestros adolescentes.

[1] Maestro, P., Los modelos de las Historias Generales y la enseñanza de la Historia.

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